Edmund Castell nació en 1606 en Tadlow (Cambridgeshire) y se formó en la Universidad de Cambridge, donde fue profesor de árabe. Su colaboración en la Políglota de Brian Walton, que recogía nueve lenguas, le hizo ganar prestigio y emprender la composición del Lexicon heptaglotton, que fue entendido como un complemento a la Políglota, aunque probablemente esa no fuese la concepción que Castell tenía. El coste de ese proyecto, unido a las deudas de su hermano, a las que no pudo hacer frente, lo condujeron a la cárcel y, aunque logró salir, su economía nunca se recuperaría. Falleció en Higham Gobion (Bedfordshire) en 1686. En su testamento donó sus manuscritos a la Universidad de Cambridge.
El Heptaglotton fue publicado en 1669 en dos volúmenes por Thomas Roycroft, el mismo impresor que preparó la Políglota de Walton. Tras las dedicatorias y el prólogo, la obra comienza con tablas enfrentadas de varios alefatos semíticos –como se aprecia en la imagen–, muchos de los cuales no tendrán uso en las entradas del diccionario. Castell agrupa las escrituras por su afinidad histórica (por ejemplo, los diferentes alefatos usados para escribir el siriaco) y demuestra un excelente conocimiento de las variantes. A continuación ofrece un breve esbozo de gramática comparada, ceñida prácticamente a la morfología, en la que presenta en columnas paralelas las formas análogas en las distintas lenguas del Heptaglotton, cada una en su alefato.
De acuerdo con su título, este léxico recoge información de siete lenguas, pero solo seis aparecen comparadas. El persa, que no es una lengua semítica como las otras, figura en una sección inicial, separada. Este diccionario persa-latín es, en realidad, una obra de Jacobus Golius (Jacob van Gool), editor del Tyrocinium de Erpernius, que a su muerte se encontró ya terminado entre sus numerosos papeles.
La segunda sección del léxico está dedicada al hebreo, los tres tipos de arameo (el “caldeo” –propio de las partes arameas de la Biblia judía–, el siriaco y el del targum samaritano), el etiópico y el árabe. Como casi todos los diccionarios de lenguas semíticas tras el Sefer ha-Šorašim de Qimḥí, las entradas no están organizadas en función de las palabras sino de las raíces. Emplea como lema la raíz en cuadrática y a continuación introduce las palabras en el orden del título, empezando por el hebreo. A diferencia del Pentaglotton de Schindler, se emplean tipos diferentes para cada una de las lenguas; en las imágenes puede apreciarse el abugida para el ge‘ez (æth.), el árabe o la escritura serṭo para el siriaco. La primacía del hebreo no es casual. Se esperaba de este tipo de obras que contribuyeran a la mejor comprensión del texto del Antiguo Testamento o, en su defecto, facilitaran la conversión religiosa. De hecho, algunos de los detractores tanto de la Políglota como del Heptaglotton sentían que ambas obras se apartaban demasiado de ese fin, haciendo demasiadas concesiones al islam. Sí parece claro que Castell tenía una idea distinta para su magno diccionario, no limitada a ser una herramienta estrictamente teológica, ya que se aprecia, especialmente en el caso del árabe, un gusto en mostrar las acepciones más exóticas para un lector europeo.
La monumentalidad del Heptaglotton no solo impresiona al lector moderno. Castell dedicó al proyecto casi veinte años de su vida (1651-1669), empleó a catorce ayudantes y la publicación de los dos volúmenes le costó unas 12.000 libras, superando las 8.400 libras de la Políglota de Walton. La acogida del léxico fue tibia y al menos unos quinientos ejemplares quedaron sin vender, arruinando al autor.
Bibl.: Agius, 2009; Bobzin, 2000; Norris, 1994.