El arameo es un conjunto de lenguas semíticas habladas desde comienzos del I milenio antes de la era común, algunas de ellas adoptadas como oficiales por varios imperios de la Antigüedad; partes de la Biblia judía, en particular en los libros de Esdras y Daniel, se encuentran escritas en arameo, pero no es del único modo en que esta lengua está vinculada con el judaísmo. Desde el siglo I a. C. comienzan a surgir los targumin, traducciones arameas, a menudo explicativas, de la Biblia judía para facilitar su comprensión. Tras la derrota de la revuelta de Bar Kojba (132-135 d. C.) y la dispersión de la comunidad judía, comenzó el proceso de fijación por escrito la tradición oral, en hebreo, si bien los grandes comentarios, el Talmud, fueron redactados mayoritariamente en arameo. Ambos tipos de textos, los targúmicos y los talmúdicos, son nucleares para la educación judía de todas las diásporas y la principal fuente de conocimiento y enseñanza del arameo en Europa. El aprendizaje del arameo en la Edad Media cristiana, menos intenso que el del hebreo, sólo es posible a través de maestros judío pero paradójicamente su finalidad principal será la polémica antijudía.
En paralelo a la tradición judía, se desarrolla en Mesopotamia un cristianismo oriental que tiene como lengua vehicular el siriaco, una lengua aramea. En torno a los importantes centros de Edesa y Nísibis, en el sureste de la actual Turquía, se cultiva una notable actividad intelectual volcada no sólo en la exégesis, para la cual se refina la reflexión y la enseñanza de la traducción aramea de la biblia, la Pšiṭta, sino también en el legado greco-latino. La recepción de la gramática griega propiciará la creación algunas obras gramaticales, las primeras en arameo y para el arameo, entre las que destacan las de Jacobo de Edesa (s. VII) y Bar Ebraya (s. XIII). Sin embargo, el conocimiento que en Europa se tenía de la rica cultura siriaca no empezaría a despuntar hasta el siglo XV.
Las obras producidas durante el humanismo atestiguan, no siempre de manera sistemática, la diversidad del arameo. Encontramos algunas obras dedicadas exclusivamente al arameo bíblico y targúmico, como la de Martínez de Cantalapiedra, profesor en Salamanca, o al siriaco, como la de G. Le Fèvre. Especialmente notables son los trabajos de eruditos como B. C. Bertram o J. Buxtorf, que demuestran una exquisita precisión en la delimitación de cada de las distintas formas de lengua aramea.
A resultas del Concilio de Vienne (1312) se urge a la Universidad de Salamanca a impartir “caldeo”, esto es, arameo junto con hebreo, árabe y griego. La provisión de la cátedra siempre fue problemática y parece que muchas veces la docencia se limitó al hebreo y no al arameo.