Los niños romanos de familias cultas estudiaban latín y griego a la vez (de hecho, Quintiliano aconsejaba que se empezara por el griego porque la adquisición del latín era más sencilla al ser su lengua madre). Esto supone una diferencia cultural relevante con respecto a los griegos, que nunca estudiaron ninguna otra lengua más que la propia. Sin olvidar esto, es cierto que en época clásica los métodos e instrumentos empleados en la enseñanza de la lengua latina mantienen una estrecha relación con los empleados para el griego porque comparten un marco histórico y cultural común.
En la Antigüedad tardía tuvieron especial transcendencia dos fenómenos de distinto rango: en primer lugar, la implantación de la religión cristiana, que se hizo cargo de la educación cuando cayeron las instituciones del Imperio romano y determinó la aproximación a los fenómenos lingüísticos; después, la evolución del latín hablado, que se iba separando cada vez más del latín escrito, proceso que desembocó más adelante en su consideración como una lengua extranjera.
Saber latín era imprescindible en la Edad Media para continuar los estudios en cualquier rama del conocimiento, así que la gramática (identificada con el estudio del latín) era una materia preuniversitaria y, en consecuencia, de menos prestigio que otras disciplinas. Cuando se crearon las Universidades, las Siete artes liberales (compuestas desde siglos antes por el trivium, en el que se integraba la gramática, y el quadrivium) se incorporaron a la Facultad de Artes, que a su vez constituía el acceso a otros estudios.
La llegada del Humanismo imprimió cambios fundamentales no tanto en los fundamentos teóricos del estudio de la lengua como en la actitud: el interés por los autores clásicos despertó la conciencia de que el latín tenía un pasado, como las lenguas vernáculas, y estaba sujeto a alteraciones y cambios. Por primera vez, dejó de ser considerado por su valor meramente instrumental y mereció atención frente a otras lenguas por ser portador de unos valores literarios y culturales.
La Universidad de Salamanca no se aparta de las características generales expuestas sobre la enseñanza del latín. Entre el conjunto de los profesores que ejercieron en ella su magisterio destaca en primer lugar Antonio de Nebrija (1441-1522), que, además de publicar una exitosa gramática del latín (Introductiones Latinae) y de componer un Diccionario Latino-español, redactó la primera Gramática Castellana. En esta primera etapa del siglo XVI los estudios gramaticales en Salamanca no difieren gran cosa de los métodos medievales; fue Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense (1523-1600), el que con la publicación de su Minerva impulsó un cambio teórico decisivo en el desarrollo posterior de la disciplina; sin embargo, su aportación no tuvo en España la misma repercusión que en Europa.