El hebreo fue la lengua vernácula de los israelitas y en ella pusieron por escrito los textos sagrados de su religión, lo que terminaría por constituir la Biblia judía. Además del aprendizaje y uso como lengua natural, al menos desde época helenística la educación judía incluía para todos los niños la recitación memorística de los textos sagrados y no necesariamente el conocimiento de la escritura. Ya bajo dominio romano, la derrota de las tres grandes revueltas (la de Masada del 66 al 73 d. C., la guerra de Kitos desde el 115 al 117 d. C. y la liderada por Bar Kojba entre el 132 y el 135 d. C.) provocó la dispersión casi total de la comunidad judía y supuso la desaparición como lengua hablada del hebreo, que desde hacía ya tiempo competía ante la expansión del arameo.
El comienzo de la diáspora marcaría decisivamente el aprendizaje del hebreo en dos direcciones: por un lado, el canon sagrado quedaría definitivamente cerrado y a raíz del extremo cuidado puesto en su exacta transmisión, el hebreo bíblico se convertirá en objeto de estudio para los masoretas; por otro, tras la dispersión de los judíos peligra la tradición oral, que ha de ponerse ahora por escrito en un tipo de hebreo que no es el bíblico y que a comienzos del siglo III d. C. se considera que ya solo era una lengua de transmisión escrita, no hablada. En ese contexto, el aprendizaje del hebreo se produciría no desde un estudio gramatical de la lengua, sino a través de ejercicios de memorización y confrontado el texto hebreo con traducciones literales.
Durante toda la Edad Media, y siguiendo bien los modelos greco-latinos, bien los árabes, surgen relevantes autores, como D. Qimḥí, de gramáticas y diccionarios del hebreo bíblico que, sin embargo, al estar escritas mayoritariamente en hebreo no permiten un aprendizaje autónomo de la lengua y menos a autores cristianos. El cambio de actitud que trajo el humanismo, si bien basado en los avances medievales, supuso una auténtica revolución intelectual en el estudio del hebreo. En las primeras décadas del siglo XVI proliferan gramáticas y diccionarios en Europa bajo el signo de lo que se dio en llamar “hebraísmo cristiano”. Las disputas sobre las traducciones del Antiguo Testamento hicieron necesario incrementar la competencia en las lenguas originales, esto es, arameo, griego y especialmente hebreo.
La Universidad de Salamanca no se quedó al margen. El undécimo canon del Concilio de Vienne (1312) obligaba a enseñar griego, hebreo, árabe y caldeo (arameo) aunque solo podemos documentar la docencia desde comienzos del siglo XV y hubiese constantes problemas para ocupar la plaza. El humanismo propició la aparición de algunos notables profesores de hebreo en el Estudio salamantino como A. de Zamora, N. Clénard o M. Martínez de Cantalapiedra.